martes, 17 de abril de 2018

CRISIS DE CIVILIZACION


Estamos en una crisis civilizatoria que puede caracterizarse, en síntesis, por algunas ideas y prácticas nocivas para la naturaleza y para la humanidad en su conjunto, que son inherentes al modelo moderno del mundo:

En primer lugar, la ignorancia de los límites. En la Modernidad, asistimos al entronizamiento de una poderosa tecnociencia que no ha sabido respetar los límites de la naturaleza, y que ha provocado daños de enorme magnitud en muchos ecosistemas, alteraciones irreversibles en la atmósfera, pérdida de biodiversidad… Pero la tecnociencia no opera en el vacío. Ha sido y es guiada por los intereses de un mercado global ineficaz e injusto que sólo se preocupa de la obtención inmediata de beneficios económicos para unos pocos privilegiados, sin atender a criterios éticos ni a los principios esenciales de distribución de la riqueza. Por ello, creo que no podremos salir de la crisis con el mismo modelo que nos trajo a ella, y que el mercado global, tal y como existe actualmente, es el gran enemigo de la sostenibilidad.

Si algo nos ha conducido a esta situación es la búsqueda de un supuesto crecimiento económico ilimitado. Hay que recordar que la economía es un subsistema del sistema Tierra y que, como este último es cerrado y finito (tiene límites), un subsistema no puede crecer indefinidamente en su interior, a riesgo de comportarse como un cáncer. Debemos aprender de la naturaleza. En el mundo natural, muchos seres vivos, como los animales y las personas, sólo crecemos hasta un punto en el que alcanzamos nuestro tamaño óptimo, pero después dejamos de crecer, para seguir desarrollándonos. Romper con la obsesión del crecimiento no empeorará nuestra calidad de vida sino que nos ayudará a reordenar nuestras prioridades y nuestro consumo.

No podemos seguir obsesionados con el PIB, pues éste no informa sobre los aspectos más importantes del bienestar, que son de orden cualitativo. Es preciso que la sociedad sitúe en el centro de sus objetivos la vida y no el mercado. Necesitamos subordinar nuestras políticas al medio ambiente, a la lucha contra el cambio climático, a las cuestiones de género, al reparto equitativo de la riqueza… Todo eso es lo verdaderamente relevante. Y cuando funciona bien, nuestra calidad ambiental mejora (como sucede con las energías renovables), se puede crear empleo (por ejemplo, reduciendo las horas de trabajo sin reducir los salarios), se atiende a la equidad social (con iniciativas como la renta básica de ciudadanía), etc. Claro que esta reorientación pasa por un cambio de valores y porque los gobiernos y los ciudadanos se pregunten cuánto es suficiente, en lugar de emprender una loca carrera de consumo.

En medio de estas cuestiones se esconden los problemas del espacio y el tiempo. Hemos optado por lo grande, pero lo grande es fácilmente vulnerable, como muestra la actual crisis financiera. Hemos cultivado la aceleración, que imprimimos a todo, al producir, al consumir recursos a más velocidad de la que pueden regenerarse… Ahora necesitamos cambiar: tomar opciones responsables, vivir con otros ritmos, atemperar nuestras supuestas necesidades... Tenemos que aprender a vivir mejor con menos cosas. Mi propuesta es optar por lo lento, lo pequeño y lo próximo, frente a lo acelerado, lo grande y lo lejano. Porque ¿podremos alcanzar un desarrollo verdaderamente sostenible si no son sostenibles nuestras propias vidas?

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